Una persona asume el rol de víctima cada vez que se siente incomprendida, rechazada, humillada, acosada, abandonada o castigada por otra u otras personas. La característica principal de la víctima es la queja. Y la mayoría de las veces existen motivos reales que la llevan a esta actitud: la víctima es víctima de algo o de alguien.
Sin embargo, la fuerza de la víctima se derrama en la queja. Para quejarse tiene energía, para culpar a otros o culparse a sí misma tiene energía. La víctima se enreda en un bucle de autocompasión, de pena de sí misma. Y la energía que derrama en su pena le resta su fuerza.
La víctima no cae en la cuenta de algo fundamental: O bien todo su discurso se centra en ella misma, en su daño; siendo la protagonista de su propia película de horror y dolor. O peor aún, cede el protagonismo de su vida a los otros culpables: constantemente habla de lo que le hicieron o le hacen los demás; de lo malos o dañinos que son los otros para ella.
El primer paso que debe dar una persona en el rol de víctima es abandonar la culpa ajena. El daño que recibe lo recibe por su propia condición de víctima. Lo primero, por tanto, es asumirse como tal: "Los demás me dañan porque soy una víctima".
Es más evolucionada la persona que se siente víctima, que la que sólo ataca a otros desde su victimismo. Está más cerca de salir del bucle. Así que, lo primero, es entrar en la autocompasión y abandonar la culpa ajena. Transformar la culpa en conmiseración. Declararse culpable de su pena. Lanzar las culpas contra ella misma. Llegar a la terrible idea de que "no valgo" es peligrosa, pero puede salvar a la víctima de seguir enredada toda su vida en la queja de otros.
Una vez llegado a este punto de horror y pena, de conmiseración, la víctima se siente nada o nadie, se siente culpable de todo: "No hago nada bien", "No sirvo para nada". Es entonces cuando toda esa energía usada en desvalorizase puede realmente transformarse.
Ahora sí, el punto de mira de víctima es una y otra vez ella misma. Se alimenta de su propia pena. No hay nadie en el mundo más que ella misma con su dolor. Enfoca todas las desgracias en sí misma.
Llegado a este punto sólo le toca realizar el segundo paso, un pequeño paso que es al mismo tiempo el gran paso; una acción, una idea, que le puede llevar a la auténtica transmutación. "Soy una persona", "Soy un ser humano". "Soy uno más en el planeta llamado Tierra". "Soy una más entre millones de personas". "Y, sí, hay millones de personas sufriendo". "Yo soy sólo una más".
La víctima debe caer en la cuenta de que hay más y mucho más, de que está encerrada en una burbuja narcisista de dolor, de que su narcisismo penoso es la llave para saltar a un "narcisismo" de verdadero amor; de que sólo tiene que transformar su autocompasión en autoestima y de que la energía que gasta en dolerse puede ser transformada en energía para amarse a ella misma tal y como es.
El narcisismo de la víctima es mirar su propio ombligo, un ombligo herido, pero al fin y al cabo, un simple ombligo.
El narcisismo de la víctima es pensar que su desgracia es lo importante, que su desgracia es su vida, que su vida es una desgracia; pero, al fin y al cabo, que todo se reduce a ella misma, frente al mundo entero.
El narcisismo de la víctima es no darse cuenta de que hay otros que andan viviendo en condiciones objetivamente aún más difíciles, de que nadie tiene que hacer nada por ella, de que su protagonismo es sólo para ella misma.
El narcisismo de la víctima es tratar de convencer a otros de que necesita, de que es débil y de que hay otros que pueden o deben darle algo.
El narcisismo de la víctima es ponerse en el centro de atención de sí misma y frente a otros y, simplemente, olvidar que es una persona más.
El narcisismo de la víctima es pretender robar el amor de otros para sí.
El narcisismo de la víctima desaparece cuando comienza la autoresponsabilidad de amarse a sí misma.