¿Tienes edad para recordar cuando tocaba esperar en las calles de los pueblos a que un perro te diera el paso? Se sentaban tranquilamente donde querían y, con su pachorra, nos recordaban que tener prisa era una cuestión de humanos neuróticos. O, simplemente, no había tanta prisa.
Los perros transitaban con nosotros por la vida. Pero un buen día y, dado que hubo algunos dueños que no supieron educarlos, o que les transmitieron su propia rabia, se implantó la ley de las correas y los bozales.
A día de hoy ningún perro puede corretear libremente por ningún espacio urbano. A día de hoy se ha corrido la voz de que "los perros muerden". Y no es verdad.
Los perros son gratos animales de compañía y, es verdad que hay razas más proclives a la violencia, pero sólo si no se les da el amor que necesitan.
La cuestión es que todos los perros pagaron el error de algunos dueños o, como se dice, "pagaron justos por pecadores".
¿Es esto justicia o sólo legalidad?
Las leyes se dictan ante demandas sociales o, a veces, simplemente, a falta de que haya suficientes personas que se opongan.
¿Quién defendió a los perros? ¿Quién defendió el derecho a aprender de su conexión con la naturaleza y de su corazón puro?
La mayoría asumió sin rechistar las nuevas leyes; a pesar de que, como muchas otras, resolvían un conflicto a base de reprimir a todos y no de reformar a algunos.
Bien se podría haber quitado la custodia a aquellos dueños que no sabían tener perros, que no le dedicaban amor, tiempo ni educación. Pero no.
La costumbre de cortar por lo sano ante un conflicto minoritario, lo único que hace es recortar derechos para todos.
Una cosa es "justicia" y otra "legalidad".
Pero las personas llegan a creer que las leyes, por el mero hecho de ser leyes, son justas. O toca resignarse.
Y entre resignación y resignación vamos recortando, sin darnos cuenta, nuestros derechos.