Existe una sensación bastante común en las personas cuando se encuentran en cierto punto del camino de la espiritualidad y es la sensación de sacrificio.
No sé si tú la has tenido, quizás no, pero te puedo decir que hay muchas personas que enfrentan esta situación en su proceso de abandonar el Ego.
Sea tu caso o no, quizás te interese la siguiente reflexión.
El camino de la espiritualidad es el camino inverso al del Ego. ¿Qué significa esto?
El Ego son patrones aprendidos. El Ego es el control que la mente humana pretende ejercer sobre el Universo, la Vida, la Tierra. El Ego es creer que la última palabra la tiene el hombre, la mujer, y no la inteligencia divina que lo abarca todo.
La espiritualidad es dar cauce en la propia vida a esa inteligencia divina. Es permitir que se manifieste a través de los actos, pensamientos y sentimientos de la persona.
El Ego es llevar el control, la espiritualidad es dejarlo en manos de la divinidad.
De este modo, cuando las personas entran en el proceso de soltar el control, sienten que su propia vida es un sacrificio.
Esta sensación viene principalmente avalada o simbolizada por la figura de Cristo. Según la leyenda o la historia, Cristo es hijo de Dios y, como tal, permitió que Su voluntad se realizara a través de él. El mensaje que dio al mundo fue "hágase Tu voluntad".
El destino de Cristo era precisamente ese: mostrar al mundo que lo más importante es ser según el plan divino. Precisamente por eso su destino fue tan duro. Si hubiera sido fácil, el mensaje no hubiera calado tan hondo: "Abandona todo y sígueme"... o sigue a Dios.
En el fondo, venía a decir que el Cielo sólo es posible desde la entrega a la inteligencia divina. Que el único modo de alcanzar la dicha es soltar el control del Ego.
Aquí es donde la sensación de sacrificio entra en juego. Las personas, en un momento de su camino espiritual, creen que entregarse a Dios, permitir que la inteligencia divina se manifieste a través suyo, va a ser irremediablemente un sacrificio. Olvidan que es un tránsito hacia la dicha y se quedan hundidos en la pena que supone transitar el camino del abandono, del soltarlo todo.
Esto es porque la simbología católica colocó la dicha más allá de las fronteras de esta vida. Y esto no es cierto. El Cielo es posible aquí en la Tierra. Pero no es un cielo de lujos y deseos materiales, sino de realización de la propia esencia.
Para el Ego, sin embargo, la sensación de sacrificio es inevitable. La mente controladora, la que sigue sus propios patrones y no el devenir natural-divino del universo, no quiere entregarse a Dios. El ser humano está convencido de que su libre arbitrio le permite hacer cualquier cosa, incluso alejarse o ir en contra de las fuerzas de la Naturaleza. El ser humano ha construido un enorme Ego que pelea por el poder con Dios.
Pero la clave del asunto es que este Ego ha llevado al ser humano a un sufrimiento inconmensurable. Mientras que si se suelta, alcanzar la dicha es posible.
El sacrificio del Ego es necesario, pero esto no significa que todas las personas que abracen la espiritualidad vayan a ser sacrificadas al estilo en que lo hizo Cristo. Y tampoco que la única forma de alcanzar la dicha sea fuera de esta vida. Otras personas han alcanzado la dicha en su forma terrenal.
Pero las religiones se esfuerzan en hacer imposible el camino de la espiritualidad aquí en la Tierra, quizás porque el sentido de su jerarquía y sus riquezas quedaría en entredicho.
El destino de cada persona es distinto, pero para conocerlo, para saber cuál es, la entrega a la voluntad de las fuerzas universales ha de ser total. Este es el mensaje.
La sensación de sacrificio no es más que la entrega a la incertidumbre de quién es uno mismo en el alineamiento divino, la entrega al desconocimiento del propio lugar y, sobretodo, la entrega a soltar el control y con él todos los deseos que el Ego se esfuerza por sostener.
El sacrificio a realizar es abandonarse, sí, pero para entregarse a los brazos de la Madre Tierra y el Padre Espíritu. El sacrificio es abandonarse a uno mismo en favor de la dicha que supone pertenecer conscientemente al alineamiento universal de la inteligencia divina.
Y esto puede ser realizado en esta Tierra y en esta vida. No por gente necesariamente religiosa, no por gente necesariamente iluminada, sino por todo aquel que se deje ser en su esencia a cada instante, sin pretender el control del movimiento divino a través suyo.
Cuál sea el destino de cada quién, más acorde con los deseos del Ego o en oposición total, como Jesucristo, nadie lo sabe. Pero algo también dijo esta figura de la religión católica: "me entrego, por la Salvación de todos". Y esto, muy probablemente significa que su destino fue con mucho más terrible que el de cualquiera de nosotros pueda vivir, al menos en el mundo occidental y en la Era de la Espiritualidad.