Hygeia, diosa griega de la salud
La palabra "salud" (sanus) tiene un origen común con las palabras "saludo" (salus) y "salvación" (salvus). En el latín, la frase "sano y salvo" era una aliteración, es decir, que era lo mismo decir "estar sano" que "estar a salvo, salvado". A su vez, "saludar" era desear salud.
El origen de las tres palabras es la raíz indoeuropea "sol-"; la cual significaba "entero" o "total". De ahí procede también el término griego holos, presente en la palabra "holístico" u "holista" que hace referencia a una visión, no parcializada sino global, de las cosas.
Por otra parte, y contrariamente a la tradición bíblica, desde la Antigüedad la salud ha tenido como símbolo a una serpiente; la cual, las tradiciones indoeuropeas asimilaron a la energía vital y también sexual, llamada Kundalini.
Para indoeuropeos, griegos y romanos, y aún muchos siglos después, la división entre las cuestiones espirituales y materiales no existía.
Los conceptos "salud" y "salvación" se separaron, para el común de las sociedades europeas, con el nacimiento de la ciencia moderna que, en su afán de comprender el mundo a través del análisis, dejó a un lado la dimensión espiritual y el enfoque holístico.
Un ejemplo claro de ello, es la expresión mens sana in corpore sano, la cual fue despojada de su sentido original: la cita completa del escritor latino Juvenal, del año 356, es "Se debe orar para que se nos conceda una mente sana en un cuerpo sano" (Orandum est ut sit mens sāna in corpore sānō).
Concretamente, fue el filósofo del silgo XIII, Tomás de Aquino, quien postuló la separación entre cuerpo y alma, y, desde entonces, las cuestiones del cuerpo quedaron para la ciencia y las del alma para la religión.
Frente a esta corriente dualista de la civilización occidental, las medicinas tradicionales continuaron conservando aquella unidad, pero relegadas a círculos minoritarios. Sólo a finales del siglo XX se viene a dar un movimiento amplio, desde las medicinas holísticas, que pretenden unir "lo que el hombre separó". Y es que la espiritualidad no es una cuestión al margen de la materialidad. Ambas son dos aspectos de una misma cosa.
La salud de una persona incluye mucho más que la ausencia de enfermedad.
Una persona feliz, positiva, bien relacionada, que ama y es amada, que posee criterio propio, que se siente bien consigo misma y con el mundo, que se autorrealiza a través de su actividad vital y que vive en comunión con la naturaleza y con la divinidad presente en todo; es una persona sana.
Una persona infeliz está enferma de no poder manifestarse, de no autorrealizarse en sus relaciones materiales y personales, de la toxicidad de un mundo basado en el consumismo y la superproductividad, de sentir un vacío interior o no encontrarle un sentido a su existencia. Y la enfermedad trae enfermedad.
La felicidad no es algo que pueda obtenerse llenándose de cosas externas ni de relaciones inauténticas. La felicidad requiere necesariamente una conexión íntima con la naturaleza y la espiritualidad.
Desde ahí las personas optan por una forma de vida más acorde a su propia alma y transitan su camino sin caer en multitud de actitudes insanas propias de la sociedad materialista. Esta sociedad está atrapada en un sistema sanitario que no puede otorgarles la verdadera salud que las personas merecen.
Recuperar el equilibrio entre lo material y lo espiritual permite que las personas estén sanas y "a salvo": con su alma "salvada".