Podría decirse que la imposición de manos existe desde el mismo origen del ser humano y, más aún, desde que existen las manos. Todos los mamíferos alivian de alguna forma el dolor de sus congéneres. La mayoría lamiendo la zona afectada. Lamer es una forma de ofrecer cariño o cuidado, pero también de sanar.
Con las manos sucede lo mismo. El mero hecho de posarla sobre una zona tensa o dolorida del cuerpo, alivia. También la caricia sana, pues reduce el estrés del organismo y, en estado de relajación, el cuerpo se restablece. Nuestros antecesores usaban ya sus manos para el cuidado.
La relación entre la calma que requiere el cuidado y la sanación es evidente. Cuando un niño tiene una herida, la calma de los padres es fundamental para que sane. El estado de calma permite, como ya he dicho, que el cuerpo se rehabilite o tome tiempo para su regeneración.
A nivel terapéutico, el empleo de esta técnica vibracional transmite al paciente una onda muy débil y, a más calmado y presente está el facilitador, más suave es esta vibración.
En estado de quietud total, la sanación puede parecer incluso "milagrosa" pero, en realidad, se está dotando al organismo del paciente de la oportunidad, muy poco frecuente, de relajarse plenamente.
Si se tiene en cuenta que la enfermedad proviene muy a menudo del estrés, del cansancio o del esfuerzo continuo, la sanación requiere quietud. El verdadero milagro es lograr esta.