La finalidad del masaje es producir un estado de relajación corporal. En dicho estado el sistema inmunológico se refuerza y el organismo recupera su homeostasis, es decir, su propio equilibrio dinámico a través de mecanismos de autorregulación.
Concretamente, el masaje ayuda al reequilibrio de la temperatura corporal, reduce la actividad cerebral, mejora la circulación sanguínea o el funcionamiento del sistema nervioso, y desestresa la dermis y la epidermis.
Por otra parte, el uso de aceites naturales disminuye la fricción causada por la manos sobre la piel y añade los beneficios de los principios activos de las plantas empleadas, a través de su aplicación tópica.
La función del quiromasaje, por su parte, es aliviar contracturas o tensiones leves del sistema muscular y los tendones, a través de manipulaciones variadas de distinta intensidad, realizadas con las manos.
Las técnicas más comunes del masaje y el quiromasaje son las siguientes:
Roces o pases magnéticos que sirven para relajar la superficie cutánea. Se aplican con movimientos muy superficiales y son recomendables, tanto al inicio de una sesión, como después de una intervención profunda.
Fricciones, pellizcamientos y percusiones. Son técnicas de mayor intensidad y movimiento más o menos rápido. Se realizan con las puntas de los dedos o, en el caso de las percusiones, con el canto de la mano.
Amasamiento y compresión. Poseen mayor fuerza, son más profundos y el movimiento realizado es más lento o, en el caso de la compresión, sólo de presión estática. En estas técnicas se usan la mano entera o, en ocasiones, nudillos, codo o antebrazo.